quiénes somos

La Sociedad Española de Iranología (SEI) es una asociación científica privada sin ánimo de lucro que nace con el objetivo de dar a conocer y difundir en España, y en el mundo de habla hispana en general, el conocimiento de la cultura irania, la cual no solo trata Irán en sí sino todo el mundo iranio, que abarca desde los kurdos esparcidos por Irán, Irak, Turquía y Siria hasta los minúsculos grupos étnicos iranios que habitan el Pamir, pasando por los baluches y los pashtunes de Afganistán, y cómo no, los persas que han sido los principales referentes en esta cultura. La SEI no pretende otra cosa que reunir los esfuerzos de todos los «iranólogos» de habla hispana o residentes en España, con el fin de dar a conocer dicha disciplina así como desarrollarla a nivel académico.

La SEI es una asociación de carácter científico y académico registrada ante los organismos oficiales de España y conformada durante el año 2009 luego de tres encuentros de interesados en alguna rama específica del mundo iranio. La SEI es una asociación independiente que no tiene ninguna vinculación ni recibe financiación ni instrucciones en ninguna forma de ningún organismo dependiente del gobierno de la República Islámica de Irán. Quienes participan de nuestra sociedad son aquellas personas expertas en alguna rama del extenso campo que es la Iranología.

Objetivos de la SEI

  1. Difundir y apoyar los estudios de iranología en la Universidad española.
  2. Fomentar la realización de proyectos de investigación sobre cualquier ámbito del mundo iranio
  3. Apoyar la elaboración, traducción y edición de obras que tengan que ver con el mundo iranio.
  4. Apoyar la formación de profesores e investigadores en esta materia mediante la concesión de becas para estudiar o realizar investigaciones en Irán.
  5. Servir de nexo de unión entre instituciones culturales de España e Irán.
  6. Impulsar proyectos de investigación conjunta en el terreno de la historia y la arqueología.

Sobre nuestro emblema

 

Nuestro emblema es una forma estilizada del conocido como «estandarte de Kāvē» (Darafš-e-Kāviāní, en persa), en origen, el delantal de un herrero que fue izado clavado en una estaca como símbolo de resistencia contra la tiranía. De acuerdo con la mitología irania, el IV rey de la dinastía de los Pišdādíes, Ŷamšid, —cuya era dorada lo ha convertido en el Salomón de los persas— se llenó de vanidad por sus logros durante su largo reinado de 700 años, hasta llegar a creerse el mismo Dios, convencido por un demonio, que se le apareció. Vilmente derrotado poco después por Bevar Asp («el de los diez mil caballos», quizá, en alusión a su numeroso ejército), éste usurpó el trono bajo el nombre de Zohāk (Adhi Dhahaka, en el Avesta). Zohāk, que los persas musulmanes se encargaron de convertir en un árabe, tiranizó a la población durante un milenio alimentando con cerebros humanos a las dos serpientes que le habían crecido en los hombros, entre otras muchas crueldades.

Finalmente ocurrió que a un herrero, Kāvē, le asesinaron a sus dos hijos para alimentar a los ofidios del déspota, pero aquel se rebeló, salió a la calle, llamó al pueblo a la insurrección, clavó su delantal de cuero en una estaca para usarlo como estandarte, y, tras una serie de aventuras y vicisitudes que difieren dependiendo de la fuente, destronó al malévolo monarca, al que encadenó en una cueva del Damāvand, un volcán apagado situado en el noreste de Irán, donde cuenta la leyenda permanece desde entonces hasta la consumación de los tiempos.

Historia o historias, el caso es que el dibujo del delantal de Kāvē cobra una relevancia particular cuando pasa a la historia de verdad con la dinastía sasánida (224-652), que lo adopta como escudo o emblema nacional. A partir de ahí, los generales de esta dinastía marcharán a la guerra con sus ejércitos precedidos por una reproducción enorme de este estandarte, al cual añadirán una gema por cada victoria militar. Con el paso de los siglos, el estandarte de Kāvē se llenó de piedras preciosas, que convirtieron a ese trozo de cuero en una pieza muy valiosa en caso de caer en manos del enemigo, como así ocurrió, cuando los árabes se hacen con él en la batalla de Qadisiya (636), se lo llevan como trofeo, lo despedazan para repartírselo, y sus retales recamados acaban vendidos en los zocos de Medina.