Acerca de la lengua persa

Artículo de Dr. Joaquín Rodríguez Vargas, publicado como introducción a la Gramática general del persa moderno, del mismo autor

 

EL PERSA Y SU ENTORNO

La lengua persa moderna o zābān-e-fārsi, como la llaman los nativos, es la lengua oficial de Irán, Afganistán y, con algunas variantes, de la República ex soviética de Tayikistán. Esta lengua, indoeuropea como el latín, el griego, el alemán o el español ha sufrido a lo largo de su historia grandes cambios tanto fonéticos como estructurales, fue escrita en un principio con caracteres cuneiformes, luego, en tiempos de los partos y los sasánidas, con un alfabeto derivado del arameo y finalmente, con el alfabeto árabe con el que hoy la conocemos.

De reconocido prestigio cultural en toda Asia Central, Pakistán y La India y la segunda lengua del Islam después del árabe, este idioma ha sido desde la antigüedad un verdadero puente entre lo semítico y lo indoeuropeo por lo que su interés es doble tanto para el estudioso del islam como el de la lingüística comparada indoeuropea.

El estudio del mundo iranio en general, y el persa en particular, fue iniciado seriamente en Europa hace ya más de dos siglos, pero en España es aún un terreno sin apenas hollar. Por lo tanto, en esta introducción vamos a intentar hacer un bosquejo de las diferentes etapas evolutivas por las que ha pasado este idioma y seguirle la pista desde los primeros documentos escritos que se han conservado, pasando por el renacimiento cultural islámico del siglo X, hasta llegar al persa de nuestros días que es el objetivo de esta gramática.

Los especialistas dividen la evolución del persa en tres grandes períodos: 1) persa antiguo o aqueménida, 2) pahlaví o persa medio, 3) persa moderno, llamado fārsi en Irán, darí en Afganistán y tāŷikí en Tayikistán.

PERSA ANTIGUO

Se denomina así a la lengua que se habló y se escribió en la provincia de Fars (la Pérside de los griegos) durante el período de la dinastía Aqueménida fundada por Ciro el Grande, que abarca desde el siglo VI a.C. hasta la destrucción del Imperio Persa por Alejandro Magno en el 334 a.C. Esta lengua, prima del sánscrito, se escribía en caracteres cuneiformes que los persas habían simplificado a partir de las escrituras mesopotámicas. El persa antiguo, en cuanto a escritura se refiere, era mucho más sencillo que sus lenguas contemporáneas. Los persas, que siempre se han caracterizado por su sincretismo, dieron un gran paso creando una escritura de tan solo 44 signos, cada uno de ellos representando por una sílaba, frente a los centenares de signos que tenían otras escrituras de la zona, como la acadia. Lamentablemente, los restos de este idioma que han llegado hasta nuestros días se reducen a unos cuantos cientos de líneas grabadas sobre la roca, dispersas en diferentes lugares de la geografía iraní, la mayoría en Fārs y otras provincias del suroeste. Entre estos lugares cabe destacar la célebre Persépolis (el palacio que mandó construir Ciro), y las tumbas en Naqš-e-Rostam y Naqš-e-Raŷab. Otros lugares también han sido protagonistas de grandes hallazgos arqueológicos de fragmentos en cuneiforme como las ruinas de la antigua Susa en Juzestán) o Hamadán (la antigua Ecbatana) donde se han encontrado numerosas tablillas de arcilla y algunas de oro y plata que se conservan hoy en el museo arqueológico de Teherán. Sin embargo, la inscripción más larga e importante se encuentra en Bisotún (Kermanshad) que, como casi todas, se trata de una inscripción trilingüe (persa antiguo, elamita y acadio) que Darío I el Grande mandó escribir en la escarpada de una montaña a 68 metros de altura, en la que nos narra en un tono y estilo que nos recuerda al Antiguo Testamento, la hegemonía que ostenta sobre persas y no persas por la Gracia de Ahura Mazda (Ormuz, Dios) y cómo ascendió al trono arrebatándoselo a un usurpador, el mago Bardiya, cuya figura aparece grabada junto a la inscripción con varios de sus secuaces, todos maniatados frente a él. Esta inscripción no solo está deteriorada, aunque sea perfectamente legible, debido a los agentes atmosféricos que la han estado erosionando durante 24 siglos, sino también por los disparos de los soldados que por allí pasaban durante la II guerra mundial, en un flagrante sacrilegio contra el patrimonio de la humanidad. Fue esta inscripción la clave para descifrar el persa antiguo, cuando a mediados del siglo XIX, el inglés Henry Rawlison tuvo la valentía de hacer una copia valiéndose de un andamio y una escalera, y descifrarla ayudado en parte por la labor de desciframiento que se había realizado durante más de medio siglo.

Volviendo al tema que nos ocupa, la principal razón por la que nos han llegado tan pocos textos en persa antiguo se debe a que la Administración aqueménida no usaba su lengua para el registro de documentos. En un principio se hizo uso del elamita o susiano (las 30.000 tablillas de barro halladas en Persépolis en dicha lengua así lo atestiguan) y más tarde, del arameo, más cómodo de manejar que el cuneiforme por ser alfabético pero que al escribirse en pieles se ha perdido todo irremediablemente. Por lo que se conserva en persa antiguo se deduce sin lugar a dudas que los persas restringían el uso de su idioma al registro de acontecimientos cruciales, como batallas, la ascensión a un trono o las conquistas de territorios vecinos. Con la destrucción de este imperio por Alejandro Magno, el idioma deja súbitamente de escribirse y pasa a engrosar la lista de lenguas muertas descifradas en el siglo XIX.

EL PAHLAVÍ O PERSA MEDIO

Poco después de la caída de este imperio, el caudillo macedonio murió y sus generales se repartieron los territorios conquistados, quedando la mayor parte de lo que otrora fuese el Imperio Aqueménida para el general Seleucos Nikator, fundador de la dinastía seléucida. Pero desde un principio, el pueblo persa no estuvo contento con sus subyugadores. Los partos o arsácidas, un pueblo iranio seminómada (pero no persa) que vivía en el actual Jorasán y Asia Central, no dejaban de hostigar las fronteras de los recién llegados Seléucidas hasta que alrededor del año 250 a.C. acabaron por expulsar a los intrusos helenos, fundando así la dinastía Parta o Arsácida que reinó en Persia hasta que Ardešir Bābakān (Ardešir hijo de Bābak), a la sazón gobernador parto de Fārs, se rebeló contra el rey Ardevān o Artabán V, derrocándolo y fundando la dinastía sasánida. Corría el año 224 de nuestra era. Con la llegada al poder de los sasánidas comienza un período más esplendoroso que el anterior en lo que a cultura se refiere. Los miembros de esta nueva dinastía, que en absoluto se identificaban con los partos y los consideraban como a extraños, se tenían a sí mismos herederos y sucesores culturales de los aqueménidas. No obstante, la nueva Administración difería en mucho de la dinastía fundada por Ciro, empezando por el hecho de que los sasánidas hicieron oficial la antigua religión de los persas fundada por Zoroastro, el mazdeísmo, en detrimento de otras religiones como la cristiana (que paulatinamente iba cobrando más auge en la zona) y que a partir de entonces sufrieron más o menos persecución dependiendo del fanatismo o la tolerancia del rey que gobernase. Pero la fundación de la dinastía sasánida coincidió con la aparición de Maní, parto de Babilonia, fundador del maniqueísmo, secta disidente de la que no es lugar explayarse en esta introducción. Solamente diremos que el maniqueísmo se extendió por toda Asia llegando incluso a penetrar en la heterodoxia cristiana y siendo, por tanto, un vehículo de transmisión de las ideas religiosas iranias incluso más allá del siglo X de nuestra era. Resumiendo: los sasánidas gobernaron Persia hasta mediados del siglo VII de nuestra era, cuando los árabes aparecieron en escena y su último rey, Yazdegerd III huyó hacia el este siendo asesinado en el 652 mientras dormía, por un molinero que quería quitarle su lujosa vestimenta, según relatan algunas crónicas.

Middle Persian script. Detail, stone block from the Sassanian tower of Paikuli built by king Narseh in c. 293 CE. Sulaymaniyah Museum, Iraq.

Dicho esto, pasamos a describir la lengua pahlaví. Este idioma, cuya escritura derivaba del arameo, se divide en dos grandes ramificaciones; el pahlaví del norte (pahlevânik en los textos maniqueos) y el del sur. El primero, más antiguo que el segundo, era la lengua oficial en el periodo arsácida y no se puede afirmar con rotundidad que sea la continuación 1exacta del persa antiguo de las inscripciones aqueménidas, si bien su similitud es innegable ya que ambas son lenguas iranias, pero al haber lapso de casi trescientos años entre los últimos escritos aqueménidas y los primeros documentos en pahlaví del norte que se han conservado, se desconoce la línea que los une si la hubiere. Sea como fuere, cuando este último aparece, está muy evolucionado respecto al antiguo persa pues no se conserva la mayor parte de las declinaciones que sí existían en la lengua de los aqueménidas. Por otra parte, los documentos en pahlaví del norte que se han conservado pertenecientes a la era arsácida son escasísimos y además de ningún valor literario porque, entre otras causas los r yes partos estaban fascinados por todo lo griego y del griego se valían para el registro de documentos e incluso en griego acuñaban sus monedas con su efigie acompañada de su nombre y el apelativo de «filoheleno», y no es hasta el año 51 de nuestra era cuando la lengua griega desaparece, por lo menos de las monedas. De todas formas esta escasez de documentos en pahlevânik es compensada con creces por la abundancia de escritos en dicho idioma pertenecientes al periodo sasánida, especialmente escritos maniqueos. Estos manuscritos estuvieron enterrados entre diez y quince siglos hasta que fueron hallados en Turfán (Turquestán chino) a principios del siglo XX. Desde entonces y hasta la fecha no ha cesado el hallazgo de manuscritos en el Turfán, donde se han encontrado más de 40.000 fragmentos en sogdiano, pahlaví (parto y sasánida), bactrio y jotanés de textos búdicos, maniqueos, zoroastras e incluso cristianos.

Cuando la nueva dinastía sasánida llegó al poder, lógicamente se oficializó el uso de su lengua, el pahlaví del sur, sustancialmente muy similar al pahlevânik, pero se siguieron usando ambas lenguas para el registro de los acontecimientos, al menos durante un siglo. Sin embargo, los que realmente dieron importancia y difundieron el pahlevânik fueron los maniqueos. Como se señaló anteriormente, las ideas de Mani se difundieron por toda Asia Central, cuna de los partos, por lo que los maniqueos se vieron en la necesidad, para su misión evangelizadora, de traducir al parto (pahlevânik) los escritos de Mani, redactados originalmente en siriaco y en pahlaví del sur (parece ser que Mani desconocía el pahlevânik), es más, los maniqueos adoptaron el pahlevânik como lengua sacra y frecuentemente la usaron para sus escritos hasta bien entrado el siglo VII cuando dicha lengua ya no se hablaba: tal aseveración es evidente ante la cantidad de fallos gramaticales que cometían y la gran cantidad de léxico y construcciones sintácticas de pahlaví del sur que era el que se hablaba entonces en la región.

Volviendo al pahlaví del sur, que de ahora en adelante denominaremos simplemente pahlaví, como señalamos antes, es originario de la región de Fārs, pero con numerosísimos elementos partos. Los textos que se han conservado son mucho más numerosos que los del pahlaví del norte. Sin entrar en profundidades, enumeraremos algunas de las inscripciones y obras en pahlaví que se han conservado.

El texto más antiguo que conocemos data del siglo II de nuestra era y son simplemente los textos de las monedas de los entonces gobernadores partos de Fārs. Del periodo sasánida propiamente dicho, se encuentran diferentes inscripciones talladas en piedra (emulando a los aqueménidas) repartidas por diferentes lugares de Fārs y casi siempre acompañadas de su traducción al pahlaví parto y a veces al griego. Entre estas inscripciones caben destacar las pertenecientes al reinado de los primeros reyes sasánidas como Ardesĭr I y Šāpur I (el saporis de los romanos) en Naqš-e-Rostam y Naqš-e-Raŷab y las escritas en estos mismos lugares por el moubed (sacerdote zoroastriano) Kartir, responsable de la implantación del mazdeísmo como religión oficial. En una inscripción de Šāpur I en la «Kaaba de Zoroastro» (frente a Naqš-e-Rostam) este rey nos narra una de sus tantas batallas contra Roma, y  otras muchas que no es necesario reseñar aquí. Sin embargo, el auténtico corpus litera rio sasánida lo forma su nada despreciable literatura religiosa zoroastriana (sobre todo comparándola con lo poco que nos ha llegado de los Partos y Aqueménidas) de la que no podemos extendernos mucho en esta breve introducción. Se da la paradoja de que la mayor parte de esta literatura fue escrita, no en el periodo sasánida sino durante los tres primeros siglos de dominación árabe en Persia, como si el clero zoroastriano tratase de reaccionar ante el imparable avance del islam y tratar de reconvertir al mazdeísmo al gran número de ciudadanos que se habían convertido ya a la nueva fe.

La literatura que se conserva en pahlaví asciende a poco más de un centenar de obras, entre grandes y pequeñas y los investigadores ignoran cuál es la cantidad que se ha perdido con la entrada del islam en Irán, aunque se sabe que fueron bibliotecas enteras, como la de Gondišāpur (en el actual Juzestán) con sus miles de volúmenes en pahlaví y arameo, Por citar el ejemplo más conocido. Los persas acusan a los árabes y Particularmente al califa Omar (al que detestan) de quemar sus libros O de tirarlos al Éufrates, pero se ignora cuánto en estas historias hay de verdad, pues aunque algunas de ellas tienen fundamento, otras parecen basarse más bien en la poca simpatía que se han tenido y se tienen árabes y persas mutuamente.

De todas maneras, gran parte de esta literatura pahlaví no se perdió repentinamente; muchas de sus obras seguían circulando entre los eruditos musulmanes de los tres primeros siglos de la hégira y fue la base literaria en la que se fundamentó posteriormente la pujante y floreciente literatura persa surgida en el siglo X.

Volviendo a las obras religiosas escritas en pahlaví citaremos sólo algunas de las más relevantes:

Zend Avesta: Así se denominan en general las diferentes interpretaciones, exégesis y traducciones del Avesta (del que se hablará seguidamente) al pahlaví y constituyen la mayor parte de la literatura religiosa que se conserva en este idioma.

Dinkart: El más voluminoso de todos, pero conservado sólo en parte, escrito en el periodo islámico, concretamente en tiempos del califa abbasí al-Ma‘mun. Es un verdadero compendio de la doctrina mazdea.

Bundahesn: El segundo más voluminoso después del Dinkart. Se escribió en un periodo de seis siglos entre la conquista de Irán y el siglo XII de nuestra era aunque la parte más importante pertenece al siglo X.

Ardāvirāfnāmē (Libro de Ardāvirāf): Este interesante libro es en resumidas cuentas una leyenda religiosa. En él se cuenta cómo después de la destrucción de Persia por Alejandro Magno zozobró la fe de los creyentes zoroastrianos y se sumieron en un mar de dudas. Los moubeds, para disiparlas y hacer recuperar para los creyentes la verdadera fe, se reunieron en un templo y decidieron que alguien fuese al otro mundo para informarles de lo que allí había, y, para tal menester eligieron a Ardāvirāf, persona reconocida por su santidad y piedad. Este santo tomó un brebaje con el que perdió el sentido y viajó por el cielo y el infierno durante varios días tras los cuales se despertó e informó a sus correligionarios de lo que había visto. Podemos leer en este libro escenas dantescas en el verdadero sentido de la palabra.[1]

Entre la literatura secular caben destacar los diferentes «libros de consejos» a los que los persas han sido siempre tan aficionados. Existen otras obras que tratan de historia, lamentablemente pocas ya que el celo que se ponía en salvaguardarlas era mucho menor que el que se ponía en conservar las obras religiosas. No obstante, en las obras escritas en el periodo islámico (en árabe y persa) se citan numerosas veces este tipo de libros de los que sólo se conserva el título. Otras obras dignas de destacar aquí son, por ejemplo, «Aiyatkār Zarirān» (Memorias de Zarir) que trata de las batallas que mantuvo Vistašpa contra los hunos infieles por extender entre ellos el mazdeísmo, en las que su hermano Zarir muere mártir heroicamente. Por último y para no extendernos más sobre la literatura pahlaví, cabe mencionar la obra, anónima como casi todas las de su género, «Kārnāmak Ardešir Bābakān» (El libro de las batallas de Ardešir, hijo de Bābak), como el título lo dice todo sólo añadiremos que se trata de algo parecido a lo que hoy denominaríamos como obra panegírica pues en ella se realza al máximo la figura de Ardešir, el rey fundador de la dinastía sasánida.

EL AVÉSTICO

Se denomina así el idioma en que el que está escrito el Avesta, el libro sagrado de los zoroastrianos, única fuente que disponemos en la actualidad de esta lengua, sumamente arcaica, más que el persa antiguo, aunque semejante; los especialistas la comparan, no al sánscrito sino al védico, y es tan parecida a esta última que gracias a ella se ha reconstruido parte del vocabulario avéstico.

Las tradiciones religiosas zoroastrianas se habían transmitido oralmente durante varios siglos hasta que un rey parto piadoso (Vologeso), mandó hacer una recopilación escrita que no se ha conservado. Pero el avéstico, que ya entonces era una lengua muerta, seguía usándose en la liturgia de los sacerdotes zoroastrianos, por lo tanto, inteligible. Más tarde, ya en el periodo sasánida, se hizo una nueva recopilación escrita en los imprecisos caracteres del persa medio, pero este alfabeto presentaba no pocos inconvenientes para el registro de un libro sagrado que además tenía que pronunciarse correctamente; las 22 consonantes habían quedado reducida a 14 formas por lo que cada palabra admitía diferentes formas de lectura, algo inaceptable para cualquier ortodoxia. Fue esta la causa por la que se decidió crear un alfabeto exclusivo para el registro del Avesta, pero se desconoce quién lo hizo y en qué época aunque la teoría más plausible se decanta por el siglo V-VI de nuestra era. Sea como fuere, el alfabeto avéstico es uno de los más perfectos que se han creado y con sus 34 consonantes y 14 vocales los sacerdotes mazdeos se aseguraron una lectura más que ortodoxa de sus textos sagrados, e incluso el monje cristiano Mesrop se basó en parte en él para la confección del alfabeto que aún hoy usan los armenios.

EL PERSA MODERNO

La conquista de Persia por parte de los árabes y el comienzo de la islamización de esta nación no solamente supuso la caída de la dinastía sasánida sino todo un cambio, o mejor dicho, una conmoción que removió todas las estructuras sociales hasta hacerse casi irreconocibles tres siglos después. El cambio de religión y la influencia creciente del islam, y por ende, de la lengua de los invasores, se tradujo en una metamorfosis en la lengua persa tan grande que quedó irreconocible cuando nuevamente resurgió en la forma que hoy la conocemos. Además de la arabización que sufrió y la adopción del alfabeto árabe, más sencillo y legible que el pahlaví, hay que añadir los fuertes cambios fonéticos y gramaticales, como, por ejemplo, el cambio de formas de plural, la pérdida de las pocas declinaciones que ya en pahlaví quedaban en la era sasánida, desaparición de un gran número de prefijos y sufijos para ser sustituidos por nuevas formas de expresión, muchas de ellas formas nominales árabes, simplificación del sistema de conjugación verbal, etcétera. Bien es cierto que los árabes nunca desarraigaron la lengua de los vencidos, ni tampoco era ésa su intención, pues el pueblo llano nunca dejó de hablar su idioma, empero también es cierto que el prestigio que alcanzó la lengua árabe y la presión de ésta como lingua franca en el mundo islámico, desde La India a al-Andalus, fue tal que no sólo le hizo sombra durante trescientos años al persa sino a todas las lenguas vernáculas allá por donde se extendía la nueva religión acabando incluso con el prestigioso arameo, hoy reducido a algunas poblaciones de Mesopotamia y un par de pueblos de Siria, así como con el copto de Egipto. Tanto es así que muchos persas escribieron durante muchos siglos, incluso más allá del siglo X, sus obras en árabe pues con ella tenía mucha más difusión, de tal manera que es un hecho conocido por todos los islamólogos que una cantidad más que considerable de la literatura, ciencia y filosofía llamada árabe, no está hecha por árabes sino por persas y medio persas (Avicena, Razi, Biruní y Algacel son sólo los ejemplos más conocidos.)

“Rustam Discoursing with Isfandiyar”, Folio from a Shahnameh (Persian Book of Kings) Author: Ferdowsi Calligrapher: al-Mausili

Volviendo al tema de la lengua, debemos añadir que durante el primer siglo de hegemonía, los invasores árabes no abolieron el pahlaví de la Administración, concretamente, éste fue reemplazado por el árabe a finales del siglo VII por Haŷŷaŷ b. Yusuf, a la sazón gobernador omeya de Fārs. En Jorasán no fue hasta el año 124 de la hégira (741) cuando el pahlaví dejó de ser lengua de Cancillería. A partir de entonces comienza el vertiginoso declive de la lengua de los magos y por mucho que estos intentaron demostrar la validez de su milenaria religión con escritos literarios y apologéticos, todo fue en vano pues su idioma quedó relegado al uso litúrgico de la casta sacerdotal mazdea, y el vulgo, que no había abandonado el persa pero que había «dejado» que la evolución lingüística siguiera su curso natural, probablemente hablaba un persa mucho menos conservador y más parecido a lo que se habla hoy en Irán que lo que escribían los moubeds. Es un hecho lamentable, sobre todo para los estudiosos de la lingüística irania, que no se conserven textos en persa moderno anteriores al resurgimiento literario del siglo X, o, para ser más exactos, sólo nos han llegado mediante citas imprecisas y oscuras de otros autores algunos fragmentos de poemas de datan del siglo IX (y quizá VIII), pero estos, además de ser de autenticidad dudosa, no arrojan ninguna luz que nos aclare la evolución y la naturaleza del istmo que separa el persa medio del persa islámico, de manera que nos encontramos aquí ante un panorama similar al del persa antiguo respecto al pahlaví en la que la total carencia de documentos hace que incluso se dude de atribuirle al primero la paternidad del segundo.

[1]